28.1.12

'Funcionario' y 'Ladrón' no son sinónimos. Parece, pero no.

La costumbre de robar desde la función pública forma parte del ser nacional. Atraviesa nuestra historioa desde los tiempos de la Colonia y sólo se ha frenado, de manera excepcional y transitoria, cuando el pueblo sale del letargo en que lo sumerge la clase dominante, deha de considerar el saqueo como una fatalidad inmodificable y se alza contra los ladrones.

Así ocurrió a finales del Siglo XIX, cuando la podredumbre acumulada en el gobierno de Miguel Juárez Celman generó los gaces que culminarían en estallido con la Revolución del Parque. Un año antes, en 1889, parecía que no pasaba nada, que la conciencia nacional estaba anestesiada y que todo el mundo, tanto los de arriba como los de abajo, daban por hecho que a la función pública se llega para robar.

En 1889 se adquirió el terreno que ocupa el actual Congreso de la Nación a un precio absolutamente fabuloso, el equivalente de unos 150 millones de dólares actuales. En aquella época era apenas una manzana de tierra situada casi en los arrabales de la ciudad. En la sesión del 5 de julio, el presidente de la Cámara de Diputados, el famoso Lucio V. Mansilla, apuró a los legisladores para que votaran la compra sobre tablas con un argumento inapelable: "El Ejecutivo nos propone un negocio, y aquí todos entienden y tienen algún negocio. O me van a decir que están aquí por los 700 pesos por mes que les pagan". La coima quedó registrada en los archivos del viejo Banco Nacional, el actual Banco de la Nación Argentina: era del 15 por ciento. Porcentaje que remite a un chiste en boga sobre un funcionario muy conocido: "Lo llaman al celular proque sólo funciona con un 15 adelante".

Mansilla remató su proposición con una frase que registraron los taquígrafos: "No hablo de patriotismo porque el patriotismo no tiene nada que hacer cuando se habla de dinero (risas). Porque el patriotismo es una cosa y el bolsillo, otra".

En el tercer milenio, en el siglo de la información. donde florecen organismos estatales de control y organizaciones no gubernamentales que miden la transparencia con una lupa, el maridaje entre negocios y política actúa a cara descubierta, con insolencia, seguro de su impunidad. gracias a un mecanismo muy ingenioso que recuerda el cuento 'La Carta Robada', de Edgar Allan Poe: Si quiere ocultar algo, hay que tenerlo a la vista. La proliferación de la denuncia ha terminado por banalizarla. Buena parte de la sociedad sigue con mayor atención el pronóstico del tiempo que las revelaciones sobre el vínculo perverso, ilegal, de un funcionario público con las empresas privadas del sector a su cargo.

El ciudadano común da por sentado que a la cárcel "sólo van los boludos", es decir los pobres. Y no se detinen a pensar que la ausencia de sanciones, incluídas las morales, consagra la corrupción estructural y se come el destino nacional. Porque, en efecto, ¿qué proyecto de desarrollo se podría establecer cuadno las adquisiciones del Estado se vinculan con el bolsillo y no con el patriotismo"?*

*Fragmento del libro "El Mal: El modelo K y la Barrick Gold. Amos y servidores en el saqueo de la Argentina", de Miguel Bonasso. 

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